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Una de cada tres parejas se rompe tras el verano. Los afectos deberían en esta época del año imponerse al desaparecer el estrés y las prisas del día a día. Pero a veces, ocurre todo lo contrario; son las carencias las que ocupan el espacio que deberíamos dedicar a recuperar la vida en pareja. Varios expertos nos dan las claves para conseguir que las vacaciones sean lo que tienen que ser. El momento para redescubrirse el uno al otro. Para amarguras, ya está la crisis el resto del año.

Veinticuatro horas juntos

Las parejas deben recuperar todo lo que descuidan en su relación el resto del año: diálogo, intimidad, relaciones sexuales

Se acabaron las prisas y los agobios. En vacaciones, se puede prescindir hasta del reloj. Hay tiempo para todo. Pero el cambio es tan brusco y las expectativas del deseado descanso estival tan elevadas, que más de uno regresa insatisfecho y decepcionado. Por no hablar de las aventuras y desventuras que pueden aflorar en la pareja. De una actividad casi frenética durante todo el año, los matrimonios pasan de repente a estar las 24 horas del día juntos. Muchas veces no saben cómo gestionar el tiempo ni el ocio, ni aprovechar los momentos para disfrutar el uno del otro. Sin embargo, las vacaciones son una buena época para ordenar todo lo que no se ha hecho y hablado durante el resto del año; para coger fuerzas y cuidar la relación. Se trata de recuperar el tiempo perdido, dicen los expertos.

Veinticuatro horas al día junto al compañero o compañera que hemos elegido para toda la vida no es tarea fácil para nadie. Primero, porque pasar de la vorágine que mantenemos durante el resto del año al ansiado descanso estival es un cambio excesivamente brusco. «A veces incluso se produce el típico bajón, físicamente nos sentimos agotados, apáticos… », explica la psicóloga María Jesús Álava Reyes. Segundo, porque convivir todo el día con la pareja conlleva también cambios de horarios, de costumbres arraigadas, de roles muy establecidos (trabajo, tareas domésticas)…

Gustos enfrentados

Suele ocurrir que transcurridos unos días las diferencias de gustos y preferencias entre uno y otro hacen saltar chispas. Y que nadie se engañe ni ofenda, los papeles tradicionales se mantienen hasta en las familias más modernas. «Algunos hombres empiezan a sentirse aburridos —afirma Álava Reyes— y tienden a implicarse poco, otros empiezan a hacer planes aparte, los hay que necesitan más actividad (excursiones diarias, deportes…). Mientras, las mujeres empiezan a cansarse de llevar de nuevo todo el peso, de no sentarse a hablar despacio con la pareja de temas pendientes, de los problemas de los hijos… También es la época en la que se constatan los defectos y carencias que existen en la relación. Y las conductas que pasan inadvertidas en la vorágine de la vida diaria: conductas muy imperativas, impacientes, reiterativas, búsqueda de un protagonismo constante, pensar solo en las comidas…».

Todas las parejas tienen sus roces, diferencias, discrepancias, y, sin duda, discuten. Eso no significa que se encuentren en crisis ni se vayan a separar. «Si existe una buena comunicación y confianza, se resuelve con facilidad. Pero si no se da ese nivel de comunicación sincera, auténtica y generosa, el escenario es otro», señala la psicóloga Alicia López de Fe.

«En verano se ponen al descubierto los conflictos que estaban latentes»

Rupturas

Durante el resto del año, los horarios laborales, el cuidado de los hijos, la rutina, las obligaciones domésticas… «hacen que las diferencias en la pareja pasen desapercibidas. Pero al llegar las vacaciones se ponen al descubierto y ya no pueden ser maquilladas. Surgen entonces las discusiones», afirma esta psicóloga.

En los peores casos, se produce la ruptura. Una de cada tres parejas se separa o divorcia después del verano, según un estudio del Instituto de Política Familiar (IPF). «Las parejas que ya vienen de un proceso de crisis, normalmente de cuatro o cinco años, al compartir más tiempo juntos hacen aflora problemas que ya no pueden obviar», señala la psicóloga.

Puntos de conflicto

Muchos pueden ser los puntos de conflicto, desde elegir el destino de vacaciones hasta las fechas, las actividades que se desea realizar, la convivencia con la familia extensa, el presupuesto que gastar (sobre todo en estos momentos de crisis)… La solución es negociar. «Hay que sentarse a hablar con actitud asertiva y generosa, sin que exista una parte dominante ni una sumisa. Ambos han ganado el derecho al descanso. Los acuerdos deben ser: tú ganas y yo gano».

Si hay algo en lo que insisten los psicólogos, es en que las vacaciones son el momento de hablar, de comunicarse, de poner las cartas al descubierto, de intensificar los tiempos de intimidad entre ambos. Eso es lo que hay que recuperar.

Basta una mirada

«La comunicación y un buen entendimiento son lo que descuidan las parejas el resto del tiempo. Ahora es el momento de tratar lo que se necesita solucionar», afirma Carmen Montoro, psicóloga clínica. «A veces es complicado hablar y no sabemos cómo empezar a hacerlo —reconoce—. Basta una mirada, una sonrisa o un abrazo, la comunicación no siempre debe iniciarse con la palabra. Hay que expresar de forma clara y completa todo lo que no nos ha gustado». Montoro lo ilustra con un ejemplo: «Primero, exponer la situación (anoche llegaste más tarde de lo previsto sin motivo). Después, expresar cómo se siente uno (estaba enfadada/o y triste). Y explicar el porqué (había preparado una cena para los dos). Lo que espero ahora (una disculpa). Qué hacer en el futuro (avisa, llama cuando vayas a llegar tarde). Y todo sin reproches ni recordando problemas del pasado en cada conversación».

Retomar los lazos, las relaciones sexuales, la comunicación, la intimidad, los pequeños secretos y recuerdos, las caricias, las miradas de complicidad, la sonrisas compartidas… Solo se trata de regresar a casa y afrontar la nueva temporada «con las fuerzas del amor recargadas», dice Montoro.

¡Felices vacaciones!

Fuente: abc.es